Mi vida rota

castigo

Hace unos días estuve, invitada por una asociación de víctimas de tráfico, a dar una charla a los trabajadores de una empresa petrolera. 

Estaba muy constipada, pero hice un esfuerzo por acudir a esta cita, igual que siempre que me requieren para dar alguna charla.

Más de uno me dice que por qué no me olvido de estas charlas, que con ellas lo único que hago es aumentar mi dolor y no poner fin a lo que pasó. Yo les digo que, algunas de estas charlas me ayudan a seguir viviendo esta vida rota.

Además de la persona que propicia este tipo de charlas, miembro de la asociación, y el otro compañero con el que siempre coincido, un policía de seguridad vial, estaba un ponente más, un chico joven que yo pensé era otro policía más.

Pero la sorpresa fue mayúscula cuando, de boca del propio joven, supe que él estaba allí porque era culpable de la muerte de una persona. Había matado a una persona por conducir con alcohol.

Aún no sé que pensé, que sentí. Reconozco que cualquier atisbo de rabia, odio, o violencia hacia él se habría disipado al ver cómo temblaba relatando cómo sucedió y su expresión de arrepentimiento.

Reconozco que fue una encerrona, que se me debería haber informado antes, pero la sinceridad de la persona que me invitó también me desarmó: «si te lo hubiera dicho, no habrías venido».

Me encontraba tan mal físicamente (me había levantado de la cama para ir a dar la charla), que una vez terminada mi exposición me marché, no esperé a la exposición de los otros compañeros.

Y después, me comentaron que, una vez me había ido, este chico tuvo un ataque de nervios, ansiedad, culpabilidad, o llámalo como quieras.

Si además de haber pasado ya unos cuantos meses por la cárcel, este chico intenta paliar su culpa asistiendo a este tipo de eventos, también para mostrarse como ejemplo de lo que no se debe hacer, y parece que verdaderamente se siente arrepentido, la puntilla fue mi presentación en donde hago un alarde de la historia de mi hija con fotos incluidas. Y el chico se sintió como si él la hubiera matado.

No hace muchos días, en el periódico vi una foto y un reportaje titulado camino por la reconciliación. Era un reportaje de cómo  una exguerrillera colombiana, un exparamilitar, y un representante de las víctimas, hacen conjuntamente el camino de Santiago. Un ejemplo de reconciliación y paz.

No hace mucho, también, os escribí sobre mi entrevista con un miembro de CONCAE, para intentar que me uniera al programa de Construyendo Puentes.

Y muchas veces me llegan noticias en la prensa o fotos de algunos casos de víctimas del terrorismo de ETA intentando un acercamiento.

Reconozco que todas estas personas tiene un gran valor o generosidad, pero yo no sé si yo podré, en algún momento de mi vida, acercarme a este tema. Y no sé si podré porque cada día que pasa mi vida está más rota.

Perder un hijo, y como en mi caso, único, supone que tu vida se parte. Se parte y se acaba, porque a partir de ese momento, tu vida no tiene una continuidad.

Es una vida totalmente ficticia.

Yo puedo comer hasta la saciedad. Puedo reír hasta llorar. Puedo viajar sin parar. Puedo hablar, bailar, comer, cenar, salir, entrar, reír, llorar… pero es una mentira. Nada de todo ello me llena por completo. Nada me importa. Son solo momentos que van llenando las horas, las reuniones con los amigos, los días, los años, pero, en el fondo, mi vida está rota, y los trozos ya no se pueden volver a pegar. Aunque me pidan perdón.

Flor Zapata Ruiz, madre de Helena, muerta por la acción de un conductor con alcohol.

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Acerca de Flor Zapata

Desde Abril de 2005, soy Flor Zapata, madre de Helena. Ese es mi pie de firma desde que escribo para concienciar sobre los peligros de una conducción no responsable.
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