La vida es una continua despedida. Desde el mismo momento en que nacemos, comienzan nuestras despedidas: despedida del vientre materno. El sitio más seguro que existe en este mundo.
Desde ese momento, nos pasaremos la vida despidiéndonos, dejando, perdiendo, abandonando. Y quedará por el camino un rastro de lugares en los que estuvimos y no volveremos; personas que nos encontramos y no las volvemos a ver; profesores; compañeros; trabajos; amistades; conocidos…
Al principio, ¡nos cuenta tanto dejar cosas y personas! Hay personas que intentan no querer a nadie, no unirse emocionalmente, para no tener que decir adió, para no sentir dolor.
Con el tiempo y los años, llegamos a acostumbrarnos. Hasta encontramos natural y lógico estas pérdidas y llegamos a aceptarlas cuando se refieren a nuestros mayores.
Otra cosa muy distinta es cuando se refieren a nuestros hijos.
Hace algunos días, Carmen, madre de Rubén, trataba de consolarme. Tarea inútil por más que lo intentamos. Hoy soy yo la que, con este torpe escrito, lo intento.
Ayer, se cumplieron 3 años de la pérdida de Rubén. Un verdadero hombre en todo su esplendor.
Ella me decía que fue muy duro ir viendo el deterioro producido por la enfermedad. Que algunas madres piensan si no es mejor perder a un hijo en un accidente que por una enfermedad. La enfermedad es tan dura y devastadora según tus propias palabras: “la enfermedad nos machaca, nos deja hechos una piltrafa, emocionalmente estaremos mal toda la vida, de verlo con su altura, con su juventud, un tío tan grande…pedir ayuda para subir las escaleras, el sacrificio para bañarse…su vida, con sus limitaciones, eso es lo que mas nos machaca, la enfermedad….”
Yo, que he pasado por la otra situación, te digo,
Querida Carmen:
Te dio tiempo de despedirte, a pesar del dolor. Te dio tiempo de ayudarle, a pesar de las dificultades. Sufriste hasta agotarte, pero mereció la pena estar con él. Hiciste lo posible y lo necesario, pero no hubo solución.
Todo ello debe llenarte de satisfacción. No sabes lo terrible que es tener la sensación de no haber podido hacer nada. De no haber tenido la oportunidad de pedir perdón. De no despedirte, aunque con el máximo dolor, de la persona más importante en nuestras vidas. De nuestro verdadero amor.
(Rubén, cuando las máquinas le dieron por curado)
Un abrazo, amiga.
Flor Zapata Ruiz, madre de Helena.