Mi infancia, y parte de mi adolescencia, se desarrolló en un lugar especial y poco común. No era un pueblo, ni ciudad, tampoco granja, aunque estaba rodeado de campo, y ese lugar desapareció, quedó arrasado, destruido y ningún vestigio de que allí un día hubo vida, trabajo, actividad.
Casi treinta y cinco años de mi vida laboral transcurrieron en la misma empresa, en el mimo lugar, pero poco antes de salir de ella, el edificio donde se realizó esa actividad, fue transformado, cambiado, y ahora pertenece a otra empresa, y en su fachada luce un nuevo luminoso, el logo de otra.
Mi labor de madre desapareció hace trece años, cuando un conductor borracho acabó con la vida de mi hija.
Incluso lo que escribo en este blog de Madres sin hijos, o en el de ¡Quiero Conducir, Quiero Vivir!, desaparecerá el día que deje de pagar el sitio web. Porque Internet es como escribir con agua.
Hasta la tumba en la que reposan los restos de mi hija, y a donde iré yo, también desaparecerá. Y el «polvo eres y en polvo te convertirás», se cumplirá.
Pareciera que mi paso por la tierra está destinado a desaparecer, sin dejar rastro. Solo unos pocos que lean este texto, y con mucha suerte por mi parte, pueden que algún día recuerden a una mujer que firmaba como «la madre de Helena».
Sé que diréis que es el fin de todos, desaparecer, pero en mi caso, al no tener más hijos, y si es verdad eso de que solo desaparece al que se olvida, será más fácil.
Si al final todo se pierde en la nada más absoluta, no sé por qué nos empeñamos en vivir jodiendo la vida al prójimo.
(Dedicado a una mujer anónima, a la que solo conocí de lejos, y ayer me enteré, que después de haber sufrido dos incendios de su casa, no por culpa de ella, sino de otros, su estado de salud no pudo superar el shock y murió. No tenía hijos).
Flor Zapata Ruiz, madredHelena, muerta por la acción de un conductor con alcohol.