Ayer me pareció verte. Estaba tendiendo ropa en la terraza, y tú estabas a mi espalda, en la ventana de tu habitación. Me sonreíste, enseñándome los dientes, como cuando me sonreías sabiendo lo que yo estaba pensado, sí, sí tú sonriendo, sin ayudarme y yo trabajando.
¡Cuántas broncas por la falta de ayuda o la poca ayuda, por la habitación revuelta, o por cualquier otra cosa!
Nos pasamos la vida ejerciendo de padres y madres para educar a nuestros hijos. Pensamos que ya nos relajaremos cuando seamos abuelos. ¡Qué maravilla! Entonces, solo disfrutar. Ya están sus padres para educar.
Pero, entonces, llega algo o alguien y cambia todos tus planes. Se acaban las broncas para educar, pero también los besos, los abrazos, las caricias, el amor de los hijos.
Una vez, muy al principio, alguien me dijo: estará siempre a tu lado, le hablarás, le pedirás consejo, la verás. Entonces no pude creerlo.
Hoy, te he visto. Me sonreías igual que siempre, con cara pillina, con tus gestos de gusto, con tus palabras de «te quiero mamá», pero solo sonaba el silencio.
El cielo se vistió de rosa
de azul y brisa de mar,
veinte calas tan hermosas
como su dulce mirar…
esperaban su llegada
al reino de nunca jamás
“Amanecer”. Julia Zapata, para Helena.
Flor Zapata Ruiz, madre de Helena.