Supongo que hoy, al leer la noticia de la libertad condicional de Farruquito, más de uno se habrá acordado de mí.
Sí, por solidaridad emocional.
El culpable de la muerte de mi hija que entró en prisión hace muy poco, tiene una condena de 2 años y nueve meses. Aparentemente es menos que la de Farruquito que era de 3 años. Pero no es así. Farruquito tenía dos condenas: Homicidio imprudente y omisión del deber de socorro. Total 3 años.
Farruquito ha cumplido los dos tercios de su condena y sale bajo libertad condicional.
Anteriormente, ya había pasado por la situación de salir con permisos penitenciarios, volver a la cárcel sólo para dormir y por último, la libertad condicional.
En nuestro caso, el causante de nuestro dolor pasará por las mismas etapas. Y con ello contamos.
¿Debe ser así? ¿Es poco? ¿Es mucho? ¿Es justo?
Los que hemos perdidos a nuestros seres queridos buscamos algo de paz en el amparo de la justicia. ¿Poco? Cómo no nos va a parecer poco comparado con el sufrimiento que nos han proporcionado y con la condena recibida los que están bajo tierra. ¿Justo? Es muy difícil que los que hemos perdido a nuestros seres queridos por algo tan injusto como son las acciones irresponsables de otros, sea de la índole que sea, veamos justas las decisiones que toma la justicia. Y sin embargo las respetamos, las acatamos. Volcamos toda nuestra rabia, nuestro dolor, puede que incluso nuestro odio, en sufrir calladamente nuestra desgracia e, incluso, ayudando a otros que llegaron después que nosotros a esta misma situación.
Pero no nos pidan que nos parezca justo. Que sintamos que merecen la reinserción. Que admitamos que han cumplido su pena, su condena y con la sociedad. No nos pidan que estemos contentos porque se ha hecho justicia.
Porque en sus vidas habrá habido una mancha que han borrado con el paso por la cárcel durante unos pocos meses, pero ¿Y en nuestro corazón…? ¿Cómo se cierra la herida de nuestro corazón?
Flor Zapata Ruiz, madre de Helena que murió por el alcohol que otro tomó.