Querida Rosi:
Me costó mucho convencerte para quedar. Te resistías con una especie de miedo que yo no entendía. Decías que últimamente estabas muy torpe y te habías caído varias veces. Pero nuestra insistencia fue mayor, y al final accediste.
Pasamos un día genial, las tres primas. Tú, como siempre, tan contenta de vernos y salir por Madrid. Te encantó comer en El Círculo de Bellas Artes, y el café en el antiguo edificio de correos, divisando parte de Madrid.
Cuando te dejamos en el andén, tú para ir a tu casa, nosotros, enfrente, para ir a la nuestra, tuve la sensación de verte como una niña pequeña que iba a tomar el tren por primera vez. Nos habíamos ofrecido a acompañarte, pero tú no quisiste. No tenías que hacer transbordos, estabas en el andén adecuado, hasta tu tren pasó antes que el nuestro. No te podía pasar nada.
Pero cuando nosotras ya íbamos llegando a casa, sonó el teléfono. Eras tú. Y ese primer “¿sabéis lo que me ha pasado?”, me asustó e hizo sentirme culpable por haberte forzado a quedar. Pensé, se ha perdido o le han robado.
-Me he bajado una parada antes de llegar a mi casa, jajajaja.
Reías y decías que no sabías qué te había pasado, pero de repente te diste cuenta que te habías bajado una parada antes. Tere y yo nos miramos y nuestro rostro mostraba preocupación. No era normal.
Pocos días después, entendimos este hecho. Y tu torpeza, más de una vez, chocando con la copa de vino en la mesa, durante la comida. Y ese pie que decías que te fallaba. Entendí que no me ayudaras a calcular esas telas que compré, y de lo que tú entendías sobradamente. Ahora estaba todo claro.
Hoy, más que nunca, recuerdo ese día que pasamos tan felices por las calles de Madrid. Te había recuperado, después de casi cuarenta años. Somos de esa generación que los primos se llamaban primos hermanos, porque eran los primeros hermanos que teníamos para jugar. Hermanos que después se convertían en extraños porque, por entonces, todos tuvimos que emigrar, mejor dicho, nuestros padres, y nos perdimos en esa diáspora, cada uno a una ciudad.
Fue tan bonito volver a encontrarnos tan solo hace unos años, y ver que ninguno teníamos ya los tic de pequeños y que tú eras una mujer tan llena de vida, guapa, bromista, cariñosa, que fue como si nos conociéramos por primera vez.
Después, cuando se descubrió la causa de tu torpeza, me admiró siempre tu entereza, tu talante para, como tú decías que te aconsejaba tu madre, “recibir todo lo que nos llegue”. Tus ganas de luchar, y no dar importancia a lo que te sucedía. Las pocas veces que te pude ver, quitabas valor a lo que estabas padeciendo y me decías –¡tú sí que has sufrido!
Hoy, cuando rememoraba el Día Internacional del Cáncer, en mi muro de Facebook, como un día que nos afecta a todos, aún no sabía que tú ya descansabas.
Siento tanto no haberte encontrado antes. Siento no haber tenido más tiempo para ti. Sé que tú me buscaste por Internet, que leías lo que escribía, pero no te atrevías a interrumpir mi dolor. Ahora soy yo la que interrumpo tu viaje para pedirte algo.
Tus profundas creencias religiosas te habrán ayudado todo este tiempo, y si de verdad existe ese más allá, tú estarás en el mejor lugar, por haber sido una mujer buena, una excelente madre, muy trabajadora, con unas manos increíbles para coser y hacer labores, por ser alegre, optimista, y cumplir con tu religión. Por todo ello, mándame una señal si mi hija está contigo, y cuídamela.
Yo, a cambio, prometo que no te olvidaré jamás. Te he llorado y te lloraré, aunque digan que cuando perdemos a un ser querido no lloramos por ellos, sino por nosotros.
Querida Rosi, te queremos. Descansa. Por fin, descansa.
Flor Zapata Ruiz, madre de Helena, muerta por la acción de un conductor con alcohol.