Cuando el ciclo de la vida se rompe y se altera, todo se trastoca y las cosas más normales, por las que todos tenemos que pasar, se convierten en extrañas. Se hacen y adquieren un valor diferente.
Los que hemos dejado de ser padres para convertimos en madres y padres sin hijos, igual que perdemos el gusto por situaciones, eventos y placeres que antes nos producían bienestar y con los que disfrutábamos, también dejamos de querer ser hijos.
Llega un momento que aquellos que nos dieron la vida y que habrían dado la suya por la nuestra, se hacen indefensos y están a merced de nosotros, sus hijos. Así nos convertimos en Padres de nuestros padres.
Sí, habéis leído bien: Padres de nuestros padres. Pero, ¿cómo vamos a ser padres de nuestros padres si nosotros no podremos convertirnos en hijos de nuestros hijos?
Y no es una cuestión de egoísmo, es, simplemente, la falta de un paso en ese ciclo de la vida.
Por eso, esta labor, que no es fácil, se vuelve casi imposible, cuando los nuevos cuidadores no tienen la esperanza, el futuro, la seguridad de que también sus hijos harán de padres, porque ellos ya no tienen hijos.
Entonces, irremediablemente, la labor es aún más difícil y esos cuidados que nunca serán fructíferos porque en ellos, nuestros mayores, no se cumplirá la alegría de un paso nuevo, la pronunciación de una nueva palabra, sino todo lo contrario, cada día un paso menos y una palabra más olvidada, nos producen una mayor pena y tristeza. Y ellos, nuestros mayores, además de haber sufrido la pérdida de unos nietos, tienen que luchar, ahora, en sus últimos momentos, con la irracionalidad de que todos piensen que más que nunca lo de ellos es de lo más normal, porque ya cumplieron su ciclo.
Ellos tuvieron mucha suerte: fueron padres y abuelos. Nosotros nunca lo seremos.
Por eso, los culpables de quitar la vida a nuestros hijos, no saben hasta donde llega el daño que producen.
Carmen, la madre de Néstor, que sabe que yo padezco de ese mal, me mando ayer este mensaje de “Paciencia”.
Para todos esos abuelos que perdieron a sus nietos y que aún los recuerdan, aunque hayan perdido otros recuerdos. Para todos aquellos hijos que no quieren ejercer de hijos-padres. Y para mis padres, a los que tanto quiero.
Flor Zapata Ruiz, madre de Helena.
Gracias, Carmen.