Violeta, la madre de Sandra, el otro día tuvo la oportunidad de hablar con uno de los policías que actuó en el accidente de su hija. Ella quiso preguntarle muchas cosas pero se puso tan nerviosa que lo olvidó.
Durante mucho tiempo, yo quería encontrar a alguien que hubiera estado en el siniestro de mi hija, un bombero, un sanitario, algún guardia civil, pero era tan pudorosa que ni siquiera en el juicio, donde coincidí, supongo, con los guardia que asistieron al mismo, les pregunté, por no contaminarles.
Después, a través del hijo de una amiga que es bombero, indagué quién habría estado pero al final me dijeron: no te molestes, no te van a decir nada, como mucho te dirán, para consolarte, que murió en el acto, que no se enteró de nada.
Porque para una madre no hay nada peor que pensar que su hijo, el que ya no está con ella, sufrió al morir.
O sí hay algo aún peor: no saber dónde está, no poder llevarle flores.
Violeta, el otro día fue muy fuerte. Escucho hablar sobre el accidente de su hijita, Sandra, que esa noche había estado celebrando su cumple, que será dentro de dos días. Pero sé que el haber hablado con este policía tampoco le consolará pero, curiosamente, el policía me ha agradecido el haberle presentado a Violeta, aunque, para ellos acostumbrados a estos menesteres, no debe ser nada agradable asistir a un accidente en el que los que está son conocidos. Cosa muy habitual en los policías locales.
Mí querida Violeta: tú fuiste la primera madre a la que tuve que consolar. La primera madre que le enseñaba a sus hijos mi blog para alertarles de los peligros de los coches, La primera amiga que le ocurría lo mismo que a mí. ¡Qué negra suerte hemos tenido!
Años previos
Lo tuve todo, ahora nada tengo
sólo un montón de años previos
a ese momento en el que algo
me cogerá del pescuezo
y agitará mi sombra hasta que se vaya diluyendo
en un muro ciego que contiene
demasiada tierra. Al final todo se viste de tierra
y la tierra concede su permiso a la vida
para hacerse pasajera
y crear orillas donde sólo había agua
una infatigable desesperación cerca de la inmensidad
en donde se avanza para llegar al principio.
Algo se ocultó para siempre
un rostro, un corazón, unas manos que sabían tocarme
y jugar con mis miedos demasiado deprisa
y se ocultó debajo de la tierra
en esa niebla profunda en donde brillan las raíces
como almas que está esperando aparecer
para volver a encontrar sus viejas habitaciones
algo con lo que recordar
que no pueden rendirse todavía a la evidencia
de que la tierra nunca miente
cuando oculta todo aquello que nunca devuelve
lo tuve todo y ahora nada tengo
me queda un caudal de días oscuros
que esperan devolver su mirada
y cambiarse de luz
sin la memoria
(Manuel Juliá. «Sobre el volcán la flor»)
Un abrazo, querida amiga.
Mari Carmen, un abrazo también.
Flor Zapata Ruiz, madre de Helena.
Publicado jueves, 03 de febrero de 2011 8:46 por FZ madrdHelena.