Anoche vi una película que me pareció preciosa. Por su argumento, mensaje, fotografía, y la coincidencia con mi ánimo.
Esta vez no me recordaba a tiempos pasados con mi hija, al cine que veía con ella, aunque sé que a ella le habría encantado.
Se titula Primavera, verano, otoño, invierno… y otra vez primavera, y es del director Kim Ki-duc. Es un cuento taoísta, la historia de un aprendizaje y un mensaje claro: el deseo de posesión lleva en sí mismo la destrucción de lo que más quieres.
Toda ella me gustó, pero hubo un detalle que se me quedó especialmente.
Un monje budista escribe, sobre un cilindro de piedra, con agua.
Esta mañana, me he despertado, todavía impactada por la historia de esta película, y de repente, me he dado cuenta de lo que hago: escribo con agua.
Esta película muestra como el ciclo de la vida siempre está ahí, siempre se cumple, y es imposible evitar los avatares de la vida, los odios o las pasiones. Quizás demasiado pesimismo, acorde con mi espíritu.
Una película llena de bellas imágenes y poesía.
Escribir con agua me sirve para pasar los días, las semanas, las estaciones del año. Para sacar mis pensamientos y mis sentimientos. A veces, para dar de comer a mi ego. Otras, para arrancar mis lágrimas o para sentirme impotente cuando no me salen las palabras que expresen toda mi rabia, mi dolor o mi deseo de salvación. Una salvación que ni siquiera tratar de ser espiritual.
Escribir con agua es mi piedra. La que yo arrastro.
No dejéis de verla.
Flor Zapata Ruiz, madre de Helena, muerta por la acción de un conductor con alcohol.