Cuando me casé, el ramo de flores con el que me recibió mi marido a la puerta de la iglesia, no era para nada un ramo de novia al uso. Era, más o menos, un ramo de flores silvestres.
(Foto colección privada, propiedad de la utora de este blog. Pedir permiso para su utilización)
Después de la ceremonia, ese ramo cruzo casi media España para llegar hasta el cementerio que yo siempre llamo «El cementerio de la canción Mediterráneo» (…En la ladera de un monte más alto que el horizonte quiero tener buena vista…). Quería que fuera a parar a los pies de, en aquel momento, la persona más joven de mi familia que ya no estaba: mi primo Jesús, fallecido de cáncer con 16 años.
Hace unos días, la madre de Edu, me enviaba esta foto del bonito ramo de novia de su sobrina. Ese ramo también iba para un cementerio. Era para Edu. Pero antes recordó que a Helena le encantaban las calas y me envió esta foto.
(Foto propiedad de Manuela Pérez)
Helena, que siempre dijo que cuando se casara llevaría un ramo de calas, después de su hallazgo en Italia como ramo de novia, por fin lo tuvo a los pocos días de salir su amor del hospital. Él, que logró sobrevivir al siniestro en que murió Helena, lo depositó en su tumba. Ese ramo que nunca llevaría como novia.
Gracias, Manuela, por acordarte de Helena y, una vez más, enviarme calas para Helena.
Le deseo toda la felicidad del mundo a esa nueva casada.
Flor Zapata Ruiz, madre de Helena.