Cuando era pequeña, los tesoros iban ligados a piratas y un mapa. Un poco más mayor, un tesoro era cuando encontraba unas monedillas o unos billetes, olvidados en algún monedero o en algún bolsillo. Incluso tengo una anécdota, de cuando era también pequeña, ligada a un tesoro, que descubrieron mis amiguitos, cuando rompieron el termómetro y para que su madre no les regañara dijeron que habían encontrado un tesoro, al ver el aspecto del mercurio.
Pero desde que no tengo a mi hija, para mí un tesoro es encontrar cosas relacionadas con ella. Dibujos, escritura, fotos… todo aquello que me traiga un poco de vida, de su vida.
Ayer encontré muchos tesoros en forma de escritos y dibujos, de su edad más tierna, desde los tres a los cinco años. Y me recordaron cómo era ella, ya desde pequeña: tierna, coqueta, responsable, y no le gustaba el fútbol.
El tesoro, en concreto, se trata de varias revistas que hacían en su guardería, donde los niños participaban con sus dibujos, historias y experiencias (salidas, excursiones, acampadas).
Y cuando encuentras estos tesoros, te inunda una alegría-tristeza difícil de explicar.
¿Qué hacer? ¿Guardarlo o destruirlo rompiendo un poco más el corazón?
Yo ojeé con avidez todas las hojas, buscando la clase de Helena, esperando encontrar algún mensaje, algo nuevo que no supiera de ella. No encontré nada nuevo, solo cosas que ya no recordaba.
También encontré otros cuadernos con deberes, y el dibujo de un hada, que utilizaré para los cuentos del hada Helena, y lo orgullosa que se encontraba de su nombre, porque por todos lados lo iba escribiendo: Helena Castillo Zapata.
Y
«…cuando no hay ya lágrimas bastantes,
porque alguien, cruel como un día de sol en primavera,
con su sola presencia ha dividido en dos un cuerpo …»
Volví a llorar.
Flor Zapata Ruiz, madre de Helena, muerta por la acción de un conductor con alcohol.