Sí, lo reconozco, cuando me encuentro mal, escribo. Y desde hace unos días, se me une un no del todo buen estado físico, con un estado emocional, compungido, preocupado, triste. Nunca me gustaron lo enfrentamientos, tampoco las separaciones, y me costaría muchísimo elegir.
Desde que existe Facebook, es fácil recordar dónde estabas tal día como hoy, qué hacías, pensabas, decías. Hoy me recordaba que es la fiesta de mi pueblo, de la virgen de ese lugar, y reproducía mi frase, de este mismo día, hace cinco años, sobre mi tierra, mi casa, mi infancia: La Mancha. Mi Mancha. Mi casa hundida. De la que recuerdo todo o nada, pero llevo su olor prendido en mi alma.
Y esa frase me ha recordado mis primeras salidas de esa mi casa. Mis primeros veranos en la playa. Mi primer contacto con otro mundo. Mi apertura a la vida más allá de esos primeros muros que conocía y que me arropaban. Y esas primeras salidas fueron a Cataluña.
Allí conocí el mar por primera vez. Allí me encontré, por primera vez, con personas de otros países, con otros idiomas. Allí hice amistades, conocí nuevas comidas, hice la primera amiga epistolar (a la que he buscado después y aún no he encontrado). Pasé mis mejores veranos. Me enamoré, el primer flirteo juvenil. Viví la primera pérdida: mi amado primo, casi hermano. Conocí el cementerio más bonito que había visto hasta entonces, ese que describía la canción de Serrat en Mediterraneo. Allí está mi primo. Todo eso fue durante mi infancia/adolescencia.
Y ya de adulta, siempre digo que mi hija se gestó en Rosas. Que nunca tuve problemas en Cataluña, ni con su idioma ni con su gente. Que cuando comencé a ser «La madredHelena», encontré nuevos amigos en Cataluña: otras madres, otros jóvenes que me ayudaron con mi blog, mossos que me seguían o a los que seguía, periodistas… gente buena.
Por eso, estos días, tengo el corazón encogido. Estoy triste por la situación a la que hemos llegado. Porque la diversidad enriquece, la cerrazón empobrece. Porque me gusta que cada uno tenga sus ideas, pero, hasta ahora, no me han gustado las fronteras. Y no creo que unos tenga toda la razón y otros ninguna. Ni que unos sean malos, malos, y otros buenos, buenos. Porque, después de lo que he vivido, sé que lo verdaderamente importante es la vida. Y esa es tan corta y efímera.
Hoy me siento extranjera, de ningún lugar, porque la tierra que me vio nacer tumbo mi casa. Porque la tuvimos que reconstruir en otro lugar, el que nos daba de comer. Y con ello se abrió mi mundo. Ahora soy, o quiero serlo, una ciudadana del mundo, pero sin el corazón encogido.
Flor Zapata Ruiz, madre de Helena, muerta por la acción de un conductor con alcohol.