Hace algún tiempo, cuando el fenómeno de la inmigración no era tan habitual, cuando muchas mujeres llegaban solas a nuestro país para trabajar en nuestras casas o para cuidar a nuestros hijos, me llamaba mucho la atención las caras de estas mujeres.
En muchas de ellas había una mirada triste, una cara llena de amargura. Eran las primeras mujeres que llegaban habiendo dejado atrás, la mayoría, a sus hijos o a sus maridos al cuidado de otrass mujeres, sus madres.
Recuerdo a una de ellas que trabajaba en casa de unos vecinos, cuidando a los niños y su cara estaba siempre triste. No podía remediar hacerme una pregunta ¿Cuántos niños se habrá dejado?, ¿qué pensará cuando juega con estos otros niños?. Después dejó de trabajar aquí y pasado bastante tiempo, cuando la volví a ver por el pueblo, su cara estaba más sonriente y le precedía una niña, con su mismo tono de piel, que corría por delante de ella y llevaba el atuendo de acabar de salir del colegio.
Las madres sudamericanas han sido ejemplo de muchas cosas y situaciones y lo siguen siendo. No hay nada más que recordar las abuelas argentinas; las que pusieron en marcha «las ollas comunes» en los pueblos más pobres. Recuerdo a una de ellas, muy especial, creo que se llamaba Maria, no estoy segura, creo que Colombiana, que después de una entrevista en la radio que me impacto especialmente, y a los pocos meses la guerrilla la mató, me llevó a hacerme de Intermon; las peruanas en su lucha por la tierra y tantas otras en su lucha por la educación de la mujer y sus derechos.
Pero hoy quiero recordar especialmente a las madres ecuatorianas, a las madres de las dos víctimas de los atentados de Barajas, porque a partir de ahora, la tristeza estará de aquí y allá, por que ellas son dos madres sin un hijo, por la incomprensión, la violencia innecesaria, la desidia de tantos y la culpa de todos.
Un beso para ellas de otra madre sin hijos.