Ayer hubo una nueva visita a un cementerio, algo que, antes, nunca hacía. Guille y su abuela ahora están juntos. Y por este motivo, conocí a otra madre con un hijo menos, a la que sólo conocía por Internet.
Y cómo han cambiado mis visitas al cementerio.
Ya no me asustan. Aunque aún lloro. Ya no me soliviantan, aunque todavía me impactan. Ya no me dan miedo.
Ahora me fijo en los nombres, en las flores, en los árboles, en la paz que se respira en cada uno de ellos. ¿Por qué ese miedo a los muertos? Ellos son los únicos que no pueden hacernos nada:
«Tierra sobre el cadáver insepulto
antes que empiece a corromperse…, ¡tierra!
Ya el hoyo se ha cubierto, sosegaos,
bien pronto en los terrones removidos
verde y pujante crecerá la hierba.
¿Qué andáis buscando en torno de las tumbas,
torvo el mirar, nublado el pensamiento?
¡No os ocupéis de lo que al polvo vuelve!
Jamás el que descansa en el sepulcro
ha de tornar a amaros ni a ofenderos…”
Así lo describe Rosalía de Castro.
Ahora, acompaño a otros a enterrar a sus muertos, porque es el momento de estar ahí, aunque no te vean, no te atiendan, no puedas hacer nada, no puedas hacer, ya, gran cosa. Pero los dolientes (qué bonita palabra), te presienten, llenas su espacio vacío, se sienten arropados. ¡Y qué pocos jóvenes van a los cementerios!
Ahora, me paro en las tumbas donde hay calas. Antes apenas había o yo no las veía.
Ahora, me desvío, me aproximo hasta donde encuentro calas, la flor de Helena, como el otro día, y cuando distingo un ramo de ellas, pienso, tiene que ser un joven. Y así es.
El otro día, en mi visita al cementerio más bonito de España, donde un verde manto de hierba cubre el cuerpo de Helena, una tumba tenía un ramo de calas casi como las de la foto. Era la de un joven, Alberto. Casi un niño, quince años. ¿Qué pasaría para que su vida durarse tan poco?
Este post es en memoria de Guille y su abuela. Ayer volvieron a enterrar a Guille, y nunca mejor dicho. Sacaron sus cenizas para meter el cuerpo de su abuela. Todavía, las ceremonias de entierro tienen que mejorar mucho.
Un abrazo, Meli.
Flor Zapata Ruiz, madre de Helena.