Se cumplen trece años de la muerte de mi hija en “accidente de tráfico”.
Recuerdo que hasta yo misma pronunciaba esas palabras cuando me dirigía hacia la casa cuartel de la Guardia Civil, desde donde habían llamado por teléfono para dejar ese maldito mensaje: Si son los familiares de Helena, pónganse en contacto con el siguiente número…
Sí, y yo llamaba a mis familiares más cercanos y les anunciaba que Helena se había matado en un accidente de tráfico.
Pero ese “se ha matado duró tan solo unas horas”. Cuando cubríamos su cuerpo con un verde manto de hierba, un familiar ya supo que el causante de la muerte de mi hija, era puesto en libertad, y que iba borracho.
Primero comencé a hablar de un “mal llamado accidente de tráfico”, y después de trece años, mi hija no se mató en un accidente de tráfico, a mi hija la mató un conductor borracho. Y muy pocos son los que se matan en un accidente de tráfico. La gran mayoría, se matan por culpa de otros, o los matan otros.
Y sea como fuere, la miseria más grande se apodera de tu vida y tu casa. Porque pierdes lo más importante de tu vida, y con ello, la salud, la alegría, el presente y el futuro. Y aunque te pintes de colores y te pongas la máscara, telarañas cuelgan del corazón.
Querida hija, es imposible escribir esto sin llorar. Es imposible arrancarme esta pena después de trece años. Es imposible cerrar este duelo porque la pérdida de un hijo es el dolor más grande que se puede sentir, y ese duelo es eterno, igual que el amor por ti.
No puedo seguir.
Te quiero, te quiero, te quiero…No me olvides.
No te olvidamos.
El día que me dejaste vi el mundo
como una casa imposible de habitar,
vi las nubes como países en los que no amanecería
y los árboles como seres atormentados que hablaban
con nuestras palabras perdidas,
sentí que ya no tenía ninguna vida para dar a nadie
y que tampoco tenía una vida para mí…
Manuel Juliá. El sueño del amor.
Flor Zapata Ruiz, madre de Helena, muerta por la acción de un conductor borracho.