Dicen que soñando liberamos miedos, tensiones, problemas y acumulamos energía para el día siguiente.
Los que hemos perdido a un ser querido le damos, además, otra utilidad.
Al principio necesitas soñar con ellos para verles nuevamente. Es una necesidad imperiosa. Recuerdas sueños anteriores que los has vivido como una realidad tan clara que piensas que es la única forma de ver y estar con ellos como si estuviera en esta vida, como si no se hubieran ido.
Pero eso no es tan fácil. Soñar es irracional, caprichoso, así como recordar esos sueños. Hay quien sueña y jamás recuerda lo que sueña.
Tú llamas al sueño, ¡qué estoy aquí, ven! Pero el sueño no viene, pasa de ti. Te levantas tomas esa famosa pastillita que ponen debajo de tu lengua cuando tú lo que quieres es morir, no soñar. Vuelves a la cama y esperas a que pase nuevamente el «señor sueño por allí». Entonces, cuando se va acercando, le pides algo más, «quiero soñar». Pero ya son demasiados deseos, dormir, soñar, ver, no llorar…
Al final, unas veces duermes, otras sueñas, otras recuerdas, otras lloras y te despiertas peor que cuando te dormiste y siempre, siempre, te das cuenta que dormir no es soñar, que soñar no es un sueño y que los sueños, no son sueños, porque en tus sueños están también tus angustias, tus penas, tus pérdidas y ni siquiera te puedes valer de ellos para reencontrarte con tus seres queridos, tal como tu quisieras.
Sé de muchas madres que sueñan con sus hijos y los ven con toda nitidez.
Durante mucho tiempo, yo tenía sueños donde se suponía que estaba mi hija, pero no la podía ver. Después, comencé a tener sueños en los que aparecía, pero siempre o casi siempre era un bebe o una niña pequeña. Apenas recuerdo sueños en los que apareciese tal como era cuando me la arrebataron.
Porque soñar, para algunos, es un sueño, para otros, no es un sueño, es la realidad y no es cierto aquello de que «los sueños, sueños son».
(Dedicado a todos los que han perdido el sueño, los sueños y toda su ilusión y a los que lloran soñando, porque no pueden llorar despiertos. Flor Zapata Ruiz, madre de Helena)