Treinta y tres años. A esta frase siempre le sigue un «la edad de Cristo». Pero en este caso no estoy hablando de Cristo, sino de la edad de mi hija, Helena, que cumple treinta y tres años.
Los cumple porque hace 33 años yo la traje a este mundo. La parí con dolor y sufrimiento, como manda la maldición bíblica, pero nunca pensé que ese sería un dolor menor, y el más feliz, comparado con el que sufriría desde que me la arrebataron.
Hace doce años que no puedo felicitar a mi hija. Hace doce años que lo más que puedo es felicitarla en este lugar, mezclando teclas con lágrimas. Una felicitación virtual, pero de la que no tengo seguridad pueda llegarle.
Tuve la hija más bonita del mundo. Guapa, buena, cariñosa, alegre. Lo más bonito de mi vida. Mi objetivo durante veinte años, casi veintiuno, porque no me dieron opción a seguir haciéndolo, y las entrañas que un día estuvieron llenas de vida, me las arracaron cuando le dieron muerte a ella.
Hoy, mi hija, con treinta y tres años, podría ser madre (sus amigas ya lo son, y algunas hasta por segunda vez), y yo abuela, algo que también me arrebataron.
Por eso, hoy, esta felicitación está llena de dolor y amargura.
Mi querida hija, ni siquiera soy capaz de decir, donde quieras que estés. Ni siquiera me creo que estés en «El País Infinito», con el rey Melenao, ese país que me he inventado, porque donde quiero que estés es aquí, conmigo, con nosotros.
Te compraría el mejor regalo, aquel que tú me pidieras, no escatimaría, como otras veces lo hacía, solo para educarte bien. Siempre intentando que le supieras dar valor a las cosas, y que supieras que la vida no es fácil.
Ahora sí que no es fácil, mi vida. Ahora solo puedo regalarte flores, tus calas, y este año, este molinillo.
Pero nuestro amor será siempre eterno, siempre, siempre, hasta que volvamos a ti, tu padre y yo. Espero que haya alguien después de mí que mande poner en tu lápida este epitafio: Tú saliste de mi vientre, hoy vengo yo a tu regazo.
Feliz cumple sin velas, hija. Te queremos.
Ha sido muy difícil encontrar una foto en la que estuvieras sola. Siempre estabas abrazada a alguien.
Cada día me siento
más huérfana,
cada día más sola,
cada día más perdida.
No tengo tu regazo,
para consolar mis penas.
Y el mío está seco,
solo y frio.
Hasta el día en que,
loca de tanto vivir,
pueda ir a reposar en otro,
a ella
que salió de mí.
“Tu regazo”. Flor Zapata Ruiz, madre de Helena..
Flor Zapata Ruiz, madre de Helena, muerta por la acción de un conductor con alcohol.