El rostro de las mujeres
Es digno de fijarse en el rostro de muchas mujeres con las que nos cruzamos a diario.
Fijándonos en esos rostros se podrían averiguar muchas cosas de esa mujer que lo muestra. Incluso si alguien se hubiera fijado en el rostro, algunas es probable que hoy estuvieran vivas. Pero normalmente nadie se fija en esas caras.
Son rostros cansados, agotados, tristes, llenos de sueño o de infelicidad. Pero, a quién le importan esos rostros. No son rostros maquillados o pintados como una puerta, tampoco van diciendo aquí estoy yo ¿Qué pasa?. La mayoría de las veces van cabizbajos, mirando el suelo o los zapatos de los demás o con los ojos cerrados, pensando en lo que les espera al llegar al hogar.
La comisura de los labios cae hacia abajo, pero no se nota porque no es una boca pintada, se confunde con el resto de la piel, con el resto de la cara que también cae con la fuerza de la gravedad que impone el cansancio y la tristeza.
Y ¿A quién le importa? A nadie, porque nadie se fija en ellas.
Les acompaña un bolso y, casi siempre,, una bolsa. También, mucho cansancio y mucha soledad.
Cuando yo era feliz y lo tenía todo, me fijaba en esas caras. Me llamaban especialmente la atención, las caras de las inmigrantes, caras tristes, muy tristes. Siempre pensaba ¡Cuánta tristeza! ¿Cuantos hijos habrán dejado en su tierra?
También me llamaban la atención las ancianas con los rostros marcados por el paso del tiempo y ese rictus de tristeza que deja la edad.
A una gran mayoría de mujeres, con el paso del tiempo, les abandona la alegría natural de la juventud. No hace mucho que escuchaba como otra mujer decía lo que mi madre muchas veces repitió. Cuando se casaban, algunos hombres les recriminaban esa alegría, les coartaban, reprimían y así con esa especie de regañina, los hijos, las preocupaciones, el trabajo, la vida, acababan con esa alegría natural.
Ahora, cuando yo camino, sé que mi rostro es también triste, cansado, pero me consuela saber que nadie se fijará en él, que nadie se preguntará cuál es el motivo, porque ese tipo de rostro no le interesa a nadie.
Pero yo sí me sigo fijando en el rostro de las mujeres y me digo ¡Cuánto trabajo a sus espaldas! ¡Cuánto cansancio no compartido! ¿Cuantos hijos habrá perdido?
Flor Zapata Ruiz, madre de Helena.