Lo que hay que sufrir
Ayer fui a visitar a la madre de una amiga que el día de Nochebuena le dio un infarto cerebral.
Aunque en todo momento les decían que no saldría y enseguida la catalogaron de coma vegetativo, enfermo terminal y en el hospital donde la ingresaron se dieron unas prisas desmesuradas por mandarla a una de esas clínicas donde mandan a los enfermos, en especial a los que tienen más de 80 años, a morir, ella no ha muerto, ni está para morir, por más que los médicos digan que su cerebro está destrozado y que sus reacciones son actos reflejos.
Al principio te contestaba con el hombro o con la cabeza, ahora intenta hablar con dificultad, con un hilito de voz, a veces monosílabos, pero entiende perfectamente y lo que es peor, sufre.
Ayer su hija le hacía ejercicios, que nadie le ha aconsejado, pues como digo, la han llevado allí para que se muera. Le pide sumar: dos más tres, «cinco» contesta y cuatro más dos, «seis», con una rapidez casi mayor que la que podríamos tener nosotros.
Ayer, cuando la toque, me miró fijamente y dijo algo así «Lo que hay que sufrir», su hija hizo una exclamación y se salió de la habitación, no podía con la pena y con la rabia ¡Cómo pueden decirle que su madre está vegetal!
Cuando salió mi amiga yo seguía tocándola y asintiendo y demostrándole que entendía perfectamente lo que me estaba diciendo, como sufría ella y como sufría yo. Entonces le pregunté ¿Te acuerdas de Helena? y ella me contestó «sí, mucho»
Su compañera de habitación está en la misma situación desde hace 3 años. No habla, decían al principio las enfermeras y no era cierto, no hablaba porque no oía, porque nadie se ha molestado en saber si lo podía hacer.
Estos enfermos no están sedados. Manuela, que así se llama la madre de mi amiga, tiene los ojos abiertos, inmensos, intentando no perderse nada. Tiene paralizado la mistad de su cuerpo y una sonda para la alimentación que nadie se ha preguntado o ha pensado en la posibilidad de darle de comer de otra forma y que después de tanto tiempo con ella, será imposible no depender de la misma el resto de sus días.
¡Qué fácil es recuperar una cama de un hospital cuando quien la ocupa es un anciano! ¡Qué fácil es no ocuparse de los que ya, por su edad, no tienen solución! ¡Qué fácil es facilitarles el camino para que se mueran! Eso sí, sin sedarlos, porque eso puede provocarles la muerte.
La familia de Manuela no ha hecho caso de que esté en estado vegeta,l según los médicos y está buscando un lugar agradable para que pase el resto de sus días, los que le queden y no un lugar donde dejarla morir.
Y yo me pregunto, ¿Ésta es la caridad humana?