Cada vez que hablo con una madre que ha perdido a su hijo, al menor resquicio que la conversación lo permite le hago siempre la misma pregunta, ¿Tienes más hijos?
Cuando me contestan que sí, no puedo evitar la envidia.
Una envidia sana pero inevitable.
Hoy, cuando leía la noticia de tantas muertes de hijos únicos en el terremoto de China, no podía remediar el sentirme unida a tantas madres chinas, pero con un cierto pensamiento de pena hacía ellas.
Sí, aunque parezca incongruente, pero aunque nuestra situación es la misma, la culpa es distinta.
Helena era una hija única, elegida así por circunstancias y decisión acertada o no, pero de nuestra absoluta responsabilidad.
Ahora, después de su pérdida y sabiendo que el hecho de tener otros hijos no nos quitaría ni un gramo de dolor, soy consciente de que si hubiera otros hijos, mi objetivo, mi futuro, mi situación sería otra, incluso desde una perspectiva egoísta. Pero ya no puedo hacer nada.
Cuando se pierde un hijo, algunos nos sentimos culpables, una culpabilidad completamente subjetiva, envuelta con el papel de la pérdida, ese papel que ensombrece todo lo que toca o todo lo relacionado con la persona que ya no tenemos.
Ese sentimiento de culpa puede traducirse en por qué no pude hacer nada más, por qué no disfruté más de los momentos que la tuve; por qué no le di más; por qué no fui yo en vez de ella, etc.
Hoy pensaba cómo se sentirán estos padres de hijos únicos, que no tenían por qué ser hijos mimados, cómo algún comentarista de televisión así apuntaba al comentar la noticia; el hecho de ser únicos no es obligatoriamente ser o estar mimados o al menos tal como nosotros educamos a nuestra hija esto no se cumplió; pues come decía, pensaba cómo se sentirían estos padres que no tuvieron más hijos no por libre voluntad, sino por obligatoriedad de la política impuesta en su país.
Estos padres además de la rabia y el dolor por la pérdida de sus hijos queridos, tienen que sumar el haber tenido que someterse al deseo o las directrices de otros.
Además de no tener el consuelo o el aliciente de tener que vivir por otros hijos, tampoco podrán buscar el consuelo en otros niños amigos o compañeros de su hijo, porque probablemente habrán quedado también sepultados.
Claro que estoy hablando desde mi sentimiento y mi cultura. En alguna ocasión me comentaron que en oriente, la pérdida de un niño produce un sentimiento distinto, ya que es señal, cuando esto ocurre, de que es un bien para ese niño que de esta forma no tendrá que pasar por el sufrimiento que le deparaba su vida.
No sé. Sólo sé que las caras de los padres que van recogiendo los cuerpos de sus hijos, muestran el mismo dolor que cualquier padre de este país.
Siempre les quedará la adopción, están en el país de las adopciones, pero uno no adopta un niño porque le falta otro. Eso no se puede hacer.
Mi solidaridad con todos los padres chinos que han perdido a sus hijos.
Flor Zapata Ruiz, madre de Helena.
Publicado viernes, 16 de mayo de 2008 7:11 por FZ_madredHelena