No recuerdo que años tendría cuando mi madre me dijo que ya era mayor, y los Reyes Magos ya no serían tan generosos conmigo, porque los reyes eran para los niños más pequeños. Bueno, exactamente no fue así, no fue tan dulce la conversación, más bien fue la forma habitual para hacerte perder toda ilusión.
Y, efectivamente, a partir de ese momento, los Reyes Magos venían con cosas prácticas, necesarias, pero con pocos juguetes.
Y así fueron pasando los años, hasta los reyes en que ya era una jovencita, de dieciséis años, pero que ya trabajaba, como era habitual hace muchos años.
Esa noche tuve que trabajar más horas, porque los Reyes antes no eran tan previsores y las tiendas abrían esa moche hasta muy tarde, para que los pajes pudieran hacer las últimas copras.
Mi padre fue a recogerme porque, a esa hora, no había ni metro ni autobús.
Cuando llegué a casa, quise decirle a mi madre, que ya estaba en la cama, que los Reyes, que ya habían pasado por mi trabajo, me habían traído, porque lo había pedido mi jefa, un precioso camisón.
Mi madre me decía, -No entres, no entres, ya me lo enseñarás mañana.
Pero yo no hice ningún caso y entré. Pude ver una caja muy grande, sin envoltorio, con un trapo sobre ella. Era evidente que esa caja era demasiado grande y pesada para que los Reyes la portaran sobre los camellos, y la habían dejado allí antes del reparto.
Y, aunque siempre fui una niña muy buena y obediente, me lancé sobre el trapo y descubrí lo que ocultaba. ¡Era una caja de televisor!
Tenía dieciséis años, pero era nuestra primera televisión.
Jamás olvidaré esos Reyes Magos, fueron los mejores de mi vida, si no los comparo con los que viví junto a mi hija, y su cara de emoción. Y es que Los Reyes Magos de antes, siempre eran mejores…que ahora.
Flor Zapata Ruiz, madre de Helena, muerta por la acción de un conductor con alcohol.