Se me olvidó que tenía adoptada otra tumba. Sí, la de una madre y un hijo. Al hijo nunca lo conocí, a la madre sí. Un día de los que fui al cementerio. Estaba llorando, hacía tan solo unos meses que había perdido a su hijo y se quejaba de que no había empezado a hacer su duelo por que la familia no le había dejado. No la volví a ver hasta el día que me encontré escrito el nombre de ella en la lápida. Una lápida que nadie cuida. Nunca, desde que la enterraron, he vuelto a ver flores. Ni nuevas, ni secas, ni naturales, ni de plásticos.
Desde entonces, de vez en cuando, le pongo unas florecitas, y hasta que yo no las cambio siguen allí.
Me pregunto qué pasaría con la sobrina de la que ella me habló, y de la que hablaba la cinta de una corona el día que la enterraron.
Muchas veces me he preguntado, cuando yo no esté, quién llevara flores a Helena.
“Y cuando ya no estés, te recordarán tus hijos, y los hijos de tus hijos”… de Troya. Helena, la más bella.
Flor Zapata Ruiz, madre de Helena, muerta por la acción de un conductor con alcohol