La morada de Helena, ahora, es un bonito jardín. No es un cementerio al uso, de hecho, delante del nombre del mismo aparece la palabra «parque».
Y en estos diez años me ha dado tiempo de conocer a algunos de los vecinos de mi hija. Así me sucedió con las hermanas Tarazaga, con Alberto, otro joven víctima de un siniestro de tráfico, junto con Sandra, hija de una amiga, o con Laura, víctima de cáncer, de su madre es de quien aprendí lo de «el jardín de Laura y Helena».
El último que conocí, en su tumba no tenía nada que me hubiera llamado la atención. Estaba casi enfrente de Helena. Era joven, pero menos que ella. No habría reparado en él si no hubiera sido porque en una de mis visitas me encontré a una mujer llorando desconsoladamente. Me acerqué a ella y traté de consolarla.
Era una mujer más o menos de mi edad. Quizás un poco más mayor o un poco más joven, ¿quién sabe? Me dijo que había perdido a su hijo. Apenas podía hablar.
Estaba muy mal porque en ese infinito cariño que nos muestras los parientes, y con esas ganas de evitarnos dolor y tratar de apartarnos del sufrimiento, me dijo que se había ido de viaje con una sobrina. Un viaje que no había podido disfrutar, porque no estaba para viajes, y durante el mismo no había podido comenzar su duelo.
Después de charlar un rato se marchó. Nunca la volví a ver, aunque de vez en cuando en la tumba de su hijo encontraba rastros de su visita. Nunca supe nada más de ella, aunque creo que le hablé de mi blog.
Hoy, cuando visitábamos a Helena, para dejar unas bonitas calas que han traído para ella unas amigas desde Asturias, hemos tenido la fatalidad de encontrarnos con un enterramiento.
Por donde estaba puesta la carpa hemos deducido que se trataba de una tumba muy cercana a Helena. Incluso hemos tenido que esperar al final de la ceremonia para poder acercarnos hasta la tumba de mi hija. Y cuando lo he hecho, he tenido un presentimiento.
Me he aproximado a la pequeña lápida, que estaba levantada porque los operarios estaban aún echando tierra, y he visto el nombre.
…Tierra sobre el cadáver insepulto
antes que empiece a corromperse…, ¡tierra!
Ya el hoyo se ha cubierto, sosegaos,
bien pronto en los terrones removidos
verde y pujante crecerá la hierba… (Rosalía de Castro)
Sí, era la tumba de ese chico. Le he dicho a mi marido, tiene que ser algún abuelo de este chico, pero mientras lo decía, pensaba en la madre, en aquella mujer que un día conocí.
Me he retirado unos pasos más hasta donde estaban las coronas con esas cintas, precintos de muerte, donde tratamos de grabar nuestro último adiós, el mensaje de despedida, y nuestra relación con el muerto, como si de alguna forma quisiéramos decir al más allá que nosotros fuimos parte de su vida, y he encontrado un mensaje revelador: «tu sobrina no te olvida».
No puede ser, me he dicho en voz alta. Esa mujer era muy joven.
Todas somos muy jóvenes para perder un hijo, muy mayores a partir de la pérdida.
Descansa en paz, madre de Daniel. Quizás era lo que querías, lo que estabas pidiendo.
Esperaré al próximo día, para ver tu nombre impreso en la lápida, para confirmar mi presagio. Y esperaré encontrar a alguien que siga cuidando esa nueva morada. Tal vez esa sobrina para la que, su tía, debía ser muy especial.
Epitafio
He aprendido a vivir sin nadie.
solo, aquí, con mi bella oscuridad
he sentido mi espíritu y mi corazón
todavía latiendo en el reflejo de un himno misterioso
que suena en estas profundidades
como el goteo del agua de las sombras…
Manuel Juliá. Sobre el volcán la flor.
Flor Zapata Ruiz, madre de Helena, otra madre sin hijos.